jueves, 9 de junio de 2011

La segunda casaca. Benito Pérez Galdós.

           La segunda casaca o como “cambiarse de chaqueta”. Galdós en este Episodio Nacional nos retrata perfectamente uno de los vicios políticos de aquel tiempo… y de cualquier otro. Y es que cambiar de parecer en política por puro interés personal está claro que no es nada nuevo. Aunque hoy en día se utilicen palabras más modernas como “transfuguismo”.  Pipaon o mejor dicho Juan Bragas, amigo,  paisano y casi el reverso del héroe Monsalud, continua narrándonos sus “memorias”  iniciadas  en el anterior Episodio. Leyendo sus ficticios recuerdos somos espectadores de primerísima fila de los  cambalaches con los que se quitaban y ponían consejeros, ministros y cualquier cargo en el estado. Enchufismo a tope. Pero se avecina una nueva situación, una futura revolución que puede cambiar como un terremoto la plácida corrupción cortesana.

             Y a Pipaón, fiel a su carácter, no le queda más remedio que tomar la medida más sabia, él que no anda muy allá de principios: Esto es, claro está,  cambiarse de chaqueta.  Y no es fácil, inteligente como es, tampoco hay que apostar todo a una carta. Mejor jugar a dos barajas. Dejarse llevar por la corriente venidera sin quedar mal con nadie. Por si acaso, que nunca se sabe. Para un corrupto como él esta defección del absolutismo no le debe precisamente de quitar el sueño. Es la ventaja de no tener principios. Me temo que nuestros políticos corruptos, salvo cuando la justicia les acosa, (raramente) deben de dormir muy bien.
            
               Estamos en 1819, y España lleva “disfrutando” de 6 años del absolutismo de Fernando VII. Un régimen, según nos cuenta la historia a partes iguales dictatorial e incompetente. La corrupción campa a sus anchas. Y el país, como los malos estudiantes, no progresa adecuadamente. Podríamos decir que algo está cambiando. Pero no es nada nuevo. Se barrunta insurrección pero esto ya ha sucedido anteriormente.  Hasta 13 anteriores alzamientos recoge detalladamente, a modo de informe periodístico, el escritor canario.  Sus orígenes, hechos y consecuencias. ¡Qué país! concluye. Justamente la decimocuarta será la definitiva. Desde luego el régimen no podía sentirse muy seguro. Cierto que no habían prosperado los alzamientos  pero en su inopia habían pensado que la severidad en las penas servirían de aviso a nuevos intentos. Y es que al régimen, a pesar de la crueldad de sus represalias, le salían opositores por todos los lados. Los herederos de la constitución liberal del 12, militares descontentos, las sociedades secretas. El pueblo, en cambio, se dice, todavía seguía creyendo en el monarca, en el “Deseado”. Quizás, esto es cosa mía, gobernantes y opositores al común de la gente le parecían lo mismo, no eran de su clase social. Además desde 1815 el régimen mantenía un cerrojazo informativo. La libertad de prensa era algo tan absurdo como caminar por la luna.
          En cuanto a la trama novelesca volvemos a encontrarnos con Monsalud, al que vimos desaparecer en “El equipaje del rey José” en su huida a Francia como colaborador de los franceses. Su madre, como prueba de la crueldad de los tiempos, está en las torturadoras manos de la Inquisición. Como en todos los regímenes tiránicos ser familiar o amigo de un oponente del régimen te convierte en sospechoso o directamente en culpable.  Pero de nuevo aparece, esta vez dispuesto a conspirar contra Fernando VII. Su aparición es fantasmal, como un ente de otro mundo, infundiendo terror a aquellos que tienen mala conciencia. Y Junto a Monsalud, Jenara y  Carlos Navarro con los que les une una compleja relación.

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