martes, 3 de abril de 2012

Misericordia. Benito Pérez Galdós


         No sé si estoy equivocado pero tengo la sensación de que en los últimos años se han puesto de moda las visitas literarias guiadas por Madrid. Se trata de recorridos temáticos ofertados por empresas de “turismo activo” en los que los participantes patean determinadas zonas de la ciudad siguiendo el rastro del autor o tema literario elegido. Uno de los recorridos que no puede faltar es el “Madrid de Galdós” algo que no necesita de ninguna explicación. Aunque yo realmente pienso que simplemente alguna de sus novelas, es el caso de Misericordia, darían más que de sobra para una de estas actividades andarino-culturales.

          Un recorrido que en la novela se inicia en la Iglesia de San Sebastián,  sita en una de las esquinas del  llamado barrio de las Letras. La descripción de las dos entradas del templo, una hacia la plaza del Ángel, y la otra a la calle Atocha, nos sirve tanto de introducción al argumento como de metáfora del contenido de la novela. Y es que cada una de las entradas de la iglesia apunta a dos zonas muy diferentes de Madrid. Barrios altos versus barrios bajos. El autor decide darnos una vuelta por el Madrid más popular, el de las estrecheces económicas. Y la altitud tiene mucho que ver. Cuanta mayor altura perdemos mayor es la pobreza.
Una de las entradas de la iglesia de San Sebastián



             Protagonista principal de la novela es Benina, uno más de esos fantásticos personajes femeninos (Electra, la Nela, p.e.) de Galdós,  la cual además de tener su puesto pedigüeño junto a otros muchos indigentes en la ya citada iglesia de San Sebastián  lleva toda una doble vida. O incluso triple o cuádruple. La necesaria para poder ayudar a las personas que tiene al lado. Como por ejemplo a Doña Paca, su ama desde hace muchos años,  una andaluza venida a menos en la que encuentra un lecho donde poder dormir. La señora es un buen ejemplo de que vivir de las rentas no asegura el porvenir, no tanto por los efectos de una hipotética crisis, si no por una mezcla de factores donde mucho tienen que ver las malas decisiones (tan mala ha sido su cabeza que hasta un lejano familiar le pretende regalar un libro de cuentas). Consecuencias evidentes de su nueva estrechez económica ha sido la perdida de altitud de sus alojamientos en la ciudad. Así ha pasado de vivir en pleno barrio de Salamanca, calle de Claudio Coello, para acabar en la calle del Olmo (Lavapiés) primero, y más tarde a la del Saúco y la del Almendro. Gran gusto por los árboles.  A través de doña Paca conoceremos a otros miembros, en ocasiones solo de oídas, de esa clase social alta que nos sirve de contraste de las existencias  de los pobres de toda la vida. Eso lo vamos a ver en la novela.  


          La novela está llena de personas venidas a menos y también de personas que nunca llegaron a nada. Nos vamos a dar una vuelta por las zonas más pobres de la ciudad. Bajando desde el centro en dirección a las zonas más bajas (el Manzanares) lo que nos hace transitar por  actuales y pasados barrios,  en las zonas de Lavapiés y Arganzuela. Insistimos, cuanto más abajo peor.  De las humildes casas del centro vamos llegando a las casas de vecindad, donde abundan los pisos patera, pasando por algunos albergues para pobres, hasta las chabolas junto al río o simplemente a dormir bajo el puente de Toledo.

         Además de Benina y doña Paca otros personajes inolvidables nos acompañan por esta visita turística por el Madrid de finales del XIX. Entre ellos tenemos al moro Almudena, un mendigo ciego y ciegamente enamorado de Benina. No nos  acaba de quedar muy clara su religión, creencia que combina con otras esotéricas entre las que se incluyen fuerzas casi telúricas,  aunque realmente se trate de un antiguo sefardita. Me viene a la memoria la judería de Fez. La búsqueda del moro por parte de Benina, Dulcinea y ángel de la guarda al mismo tiempo del africano,  será la excusa para que el autor nos adentre en el Madrid más pobre de aquellos pobres años.
           
             Y, con esta me despido, no es cuestión de destripar la novela,  tan solo hacer mención al tono realista, naturalista o costumbrista, propio del autor, que en esta novela se acompaña con ciertos rasgos  mágicos y espirituales. Momentos que sin duda alguna llegan a la cumbre con un final, que, tras un primer momento de desconcierto, a los pocos segundos conseguimos comprender perfectamente.