jueves, 13 de diciembre de 2012

El Cid historico. Gonzálo Martínez Díez



            Segunda secuela lectora tras la estancia en la ciudad  de Burgos  de hace un mes. La primera fue “La especie elegida” consecuencia obvia del interés despertado por la visita a los yacimientos de Atapuerca y al Museo de la Evolución. Pero de esto ya dejé aquí la correspondiente crónica por lo que nos vamos a centrar en el Campeador. Y es que la otra gran referencia cultural-histórica de la ciudad y provincia burgalesa es Rodrigo Díaz de Vivar, alias el Cid, guerrero nacido (se supone) en estas tierras y figura archiconocida tanto por sus correrías militares como por el posterior Cantar, recreación libre de su vida y obra e hito fundamental de la literatura castellana.


         Desde luego las peripecias  vitales  de este personaje tienen interés no solo para los  aficionados a la historia como servidor, si no a cualquiera con un mínimo de curiosidad. Y es que el Cid ha sido una de las figuras con las que más se ha identificado el llamado espíritu nacional, un espíritu que sin duda hunde sus raíces en aquellos tiempos de la epopeya reconquistadora en la que se identifica al de Vivar como auténtico azote de musulmanes. Aunque luego uno ve que las cosas no son como parecen.


       Y es que después de la lectura de este libro del historiador Gonzalo Martínez Díez, uno si tuviera que definir a este caballero castellano lo haría como todo un señor de la guerra; Y me atrevería hacerlo en el  mismo sentido con el que aparece esta denominación hoy en día, en los medios de comunicación, referido a aquellos lideres militares que asolan partes del mundo especialmente pobres e inestables en África y en Asia. Si, las correrías del Cid llevan en sello de alguien que crea, amparado en un poderoso ejército mercenario,  un poder que consigue dominar a otros más débiles. Al Cid le gustaba ir por libre y esto le llevó a tener varios encontronazos con su señor, el Rey Alfonso VI. El Cid no parece que quisiera suplantar al monarca, simplemente guerrear y tener su pequeño o grande espacio, el que le proporcionaba su espada Tizona y su caballo ¿Babieca? (de esto no dice nada el libro), con la inestimable ayuda de un ejército de hasta 5000 soldados, si hacemos caso a las crónicas.

         Aunque lo cierto es que el autor si que nos hace una encendida defensa del personaje (exposición por parte bastante convincente edificada en base a las fuentes conservadas, crónicas de época y diplomas, básicamente) y lo explica bastante bien. Siguiendo al historiador si relativizamos las cosas podríamos decir que el Cid fue un producto de su tiempo, con sus luces y sombras y que tenemos que hacer un esfuerzo para situarnos mentalmente en el contexto histórico de la época. El Cid, siguiendo esta argumentación, no hizo nada que no se hiciera en su época, como luchar frente a otros cristianos, apoyar a algunos musulmanes o combatir por sus propios objetivos. Eso si, seguramente los famosos señores de la guerra actuales, africanos o asiáticos, también respondan a una lógica parecida.